Por Felix Edmundo Díaz @feddefe*
Por la misma fecha en la que escribí las líneas sobre nuestros cinco hermanos presos en cárceles del imperio, vertí algunas ideas sobre uno de los hombres más grandes del pasado siglo: Ernesto Guevara de la Serna, Che.
Los puntos suspensivos del título son el resultado de una reflexión sencilla: nuestra deuda con el gigante argentino-cubano es enorme, al menos, así de grande considero que es la mía, mas pienso que todos los revolucionarios del mundo debemos despertar cada día convencidos de que nos queda mucho por hacer, si de alguna manera queremos retribuirle al Che toda la luz del ejemplo que nos legó, pero ello es solo una idea que (vivo convencido) es compartida por millones en este planeta.
Un hombre.
Creció enfermo, temerario, humano,
de codicia y traición ausentes,
el soldado impenitente
del futuro que juramos.
Su vida azarosa y dura
de sangre y sudor amotinados
supo dar al descalzado
felicidad en la amargura.
De su mano el roce sin agravios,
de su imagen el limpio enigma
de hombre puro y sin estigma,
de palabra y plomo solidarios.
Flotó su voz de gigante
en cada rincón de la tierra,
cuando declaró su guerra
al imperio desangrante.
Y encontrose su cuerpo viril
la cruzada de mil armas,
que no rozaron su alma
e hicieron al mundo rugir.
Cayó, creyeron algunos,
y al dilatar su agonía,
alabando cobardías
sudaron sus miedos mudos.
Y ante la rabia letal
empinose el hombre al mundo,
para espantar al inmundo
que lo venía a matar.
Fue la mirada firme y fiera
de rebelde acostumbrado
la que envalentonó al soldado
en la escuela de La Higuera.
Y está aquí, el que nunca se fue,
y es el alma de esta arcilla,
pues ni siquiera el sol brilla
como la imagen de ÉL.
*Editor del blog La Mala Palabra