Por Félix Edmundo Díaz @feddefe*
Ayer, mientras leía el Juventud Rebelde, encontré en ‘Acuse de recibo’ una queja de un trabajador por cuenta propia, el que, como decimos los cubanos, con toda la razón del mundo, planteaba su inconformidad con la manera de actuar, en determinadas áreas de la ciudad de La Habana, de los ‘inspectores de la Dirección Integral de Supervisión’ (yo creía que llevaba otra ‘I’ o sea DIIS e incluía el término Inspección).
Le doy la razón adelantada al cuentapropista por solidaridad con el que produce; este ha de levantarse temprano, comenzar a preparar las chicharritas, los maníes o lo que sea que, autorización del gobierno local mediante, después saldrá a comercializar de forma ambulante, sumándole que, durante su caminata, habrá de tomar precauciones para no chocar… con los inspectores.
No tengo que llegarme hasta el parque El Curita para comprobar la veracidad de lo que expone el trabajador en cuanto al total desprecio por la ley que exhiben algunas personas que se dedican, sin autorización alguna y de manera violatoria, a revender productos, artículos y medios no contemplados entre los autorizados a comercializar por esta forma de trabajo y por los que usted y yo debemos pagarle un ‘ojo de la cara’.
Curiosamente estos revendedores no son los únicos que violan la ley, en el mismo banquillo han de sentarse los inspectores que ‘miran para el lado’ o ‘venden su alma al diablo’ y permiten que dicha situación se mantenga.
Esta es la parte en la que ‘alguien’, indignado porque he generalizado la asquerosa conducta, dirá que no son todos los inspectores, que a los problemas hay que ponerle ‘nombres y apellidos’, que la honradez de muchos y el desparpajo de pocos, etc., etc., y que no es justo.
Bueno, es posible que no haya dado nombres y apellidos de los inspectores infractores, pero si me entregan una lista con la relación de estos funcionarios y los lugares ‘bajo su atención’, puedo comprometerme a, en el término de una semana, a lo sumo quince días, informarle cuántos son los que cumplen bien sus funciones, y me tomaría el trabajo, incluso, de hacerle una tarjeta de presentación a cada uno con ‘letras doradas’, ya que, de seguro, tendía que erogar menos ‘plata’ que la que necesito para comprar cinco bombillos ahorradores o una llave mezcladora.
El problema no radica en la arbitrariedad de las multas, cuya sumatoria determinan el recibo o no de la estimulación, lo que en sí es una aberración en dos direcciones (tan peligrosa como la Avenida 51 sin la red semafórica), lo más puñetero del asunto son las ‘multas’ no registradas que ponen ‘a diestra y siniestra’ con ‘unos panecillos en la panadería’, ‘unos dulcecillos o un cakesito en la dulcería’, ‘una meriendita o almuercito en la cafetería o la paladar, o el importico de lo que ello representaría’, y salve Dios a los porteadores privados (boteros) que son el plato fuerte de los inspectores, ahí ‘se acabó el dinero’… que si el foco, que si llevas tres, que aquí no se puede agenciar pasaje… y lo mejor de esto es que se hace para favorecer la actividad de aquellos que, en autos particulares o estatales (los más), se dedican al ‘boteo’ sin contar con la correspondiente licencia.
Después de este análisis ‘superficial’ no me queda otra alternativa que darle la razón al reclamante, ya que no tengo esperanzas de leer la respuesta o replica de la DIIS en la prensa.
Una última aclaración: no creo que todos los cuentapropistas sean ‘santos’, pero estoy seguro de que son cientos de miles los que asumen su labor con respeto y sacrificio; tampoco creo que son todos los inspectores los que no hacen bien su trabajo, pero estos son mayoría…
*Editor de La Mala Palabra.