Creció enfermo, temerario, humano,
de codicia y traición ausentes,
el soldado impenitente
del futuro que juramos.
Fue su vida azarosa y dura,
de sangre y sudor amotinados,
la que brindó al descalzado
felicidad en la amargura.
De su mano el roce sin agravios,
de su imagen el limpio enigma
de hombre puro y sin estigma,
de palabra y plomo solidarios.
Flotó su voz de gigante
en cada rincón de la tierra,
cuando declaró su guerra
al imperio desangrante.
Y encontrose su cuerpo viril
la cruzada de mil armas,
que no rozaron su alma
e hicieron al mundo rugir.
Cayó, creyeron algunos,
y al dilatar su agonía,
alabando cobardías
sudaron sus miedos mudos.
Y ante la rabia letal
empinose el hombre al mundo,
para espantar al inmundo
que lo venía a matar.
Fue la mirada firme y fiera
de rebelde acostumbrado
la que envalentonó al soldado
en la escuela de La Higuera.
Y está aquí, el que nunca se fue,
y es el alma de esta arcilla,
pues ni siquiera el sol brilla
como la imagen de ÉL.