#Fidel tu piedra es solo un símbolo… #Cuba

 Por Félix Edmundo Díaz @feddefe*

Desde hace varios días, me he sorprendido hilvanando ideas para dedicarte algunas palabras y como, por mal hábito, no acostumbro a grabar o escribir notas, cuando la vorágine de la vida me sustrae de estos pensamientos, solo me quedo con el agradable sabor de haberte rozado, aunque no retenga con claridad el detalle de los recuentos mentales.

Hoy una imagen me regresó a ese torbellino de emociones y acto seguido comenzaron a “formar fila” otras imágenes, quizá, para facilitar la organización de estas ideas, aunque mi mente no se detenga a disponerlas cronológicamente.

La primera fue la de Camilo Cienfuegos, el que a tu lado, sobre el tanque en el que transitaban por La Habana, hace un gesto a la multitud con su mano izquierda cerrada señalándote con el pulgar, como para indicarle a ese mar de pueblo “este es el hombre”, “este es Fidel”.

Después apareces sentado, creo que en el comedor del Contingente “Blas Roca”, frente a una bandeja de aluminio, degustando un arroz y ensalada de verduras, porque dijiste que la porción de pollo era muy grande, sin que la frialdad del metal del plato y el cubierto alcancen a ocultar la finesa de tus manos agradecidas y confiadas.

Llegan los abrazos: a Almeida con el título Honorífico de “Héroe de la República de Cuba”, abres tus brazos tan ampliamente que parece que, en el instante, abrazas no solo al hermano negro, sino a todos los negros y  mulatos cubanos y del mundo; después viene la querida Vilma, “Heroína de la República de Cuba” y la ternura del abrazo brota de las palmaditas que ella posa sobre tu recia espalda; así regresa otro abrazo amplio, como el de Almeida, esta vez a Mandela y, tras la fusión de las dos almas en el contacto físico, el regaño del amigo, reclamando una respuesta inmediata a la insistente pregunta: ¿Cuándo vas a visitar Sudáfrica?, y tú, sin poder esquivar al hermano negro, le respondes: Tendré que ir ahora mismo…, y logras distender la atmósfera que rodea las exigencias del momento.

Serían interminables estas líneas si me detengo en los abrazos a Raúl, los más vistos son los de tus salidas y llegadas a Cuba, particularmente los últimos, cuando al pie de la escalerilla se fundían uno al otro desbordando el amor y respeto recíprocos, palpándose uno al otro para saber que, tras los días de separación, todo está en orden,  y, una noche, inmediatamente después del abrazo, le llegó “el turno”  al cubanísimo “entra” y Raúl, tomando tu mano derecha, hizo chocar en alto su palma con la tuya.

Punto y aparte, por la carga de respeto, amor y ternuras, fueron tus momentos con Oswaldo, especialmente cuando este concluyó de pintar tus manos o al menos eso fue lo que pensante, porque tu pregunta al indio-hermano-maestro fue sencilla, pero directa: “¿Esas son mis manos?”, y recibiste la más hermosa de las respuestas: “Tú no ves, Fidel, que esas no son manos… son palomas”.

Cuánta grandeza en la humildad, cuánta inteligencia en la sencillez puede ser capaz de llevar consigo  un hombre para, tras haber dedicado todos los días de su vida al combate, logre atraer sobre sí  la atención y el amor de miles de millones de sus semejantes.

La imagen de tu piedra es solo un símbolo, viviste convencido, como dijera el Maestro, de que “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” y válganos que nunca la persiguieras.

Para qué gloria, cuando el ejemplo de tu vida y tu obra ha desbordado todas las fronteras.

¡Viva Fidel!

 *Editor de La Mala Palabra.

25 de noviembre de 2017.

 

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