El Moncada. Unas líneas obligadas…

Por Félix Edmundo Díaz @feddefe1917

En unos días estaremos celebrando el Día de la Rebeldía Nacional, el 65 aniversario del asalto al cuartel Moncada, y siento la necesidad de compartir estas líneas por cuanto de sencillez y valor entrañan las personas y eventos que se mencionan.

La planeación de esta operación fue minuciosa, solo unos pocos (podían contarse con los dedos de una mano) sabían cuáles eran los objetivos que se atacarían y sobre ello Fidel contó: «Si fuera de nuevo a organizar un plan de cómo tomar el Moncada, lo haría exactamente igual, no modifico nada…».

La mayoría de los asaltantes fue seleccionada entre jóvenes de Artemisa, de la capital y de otros municipios de la entonces provincia La Habana, con el único propósito de no levantar la menor sospecha; la excepción fue Renato Guitart Rosell, joven santiaguero, muy valiente y decidido, del que Fidel recordara: «Fue guardián principal de un importante secreto».

Un joven artemiseño, Santana de apellido, fue el que regresó, en medio del infierno de la balacera, para recoger a Fidel, quien se había quedado solo al bajarse del último carro y cederle su puesto a otro combatiente que llegó después. Fidel siempre quiso saber cómo y porqué lo había hecho, pero la conversación nunca se produjo y sobre esta circunstancia le comentó a Ramonet: «… como en muchas otras cosas, usted cree que tiene cien años para hacerlo…» La ocasión me apremia a responder por Santana, el joven artemiseño, quien seguramente le habría contestado a Fidel: «Usted hubiera hecho lo mismo por mi».

La historia se encargó de demostrar que aquella manera de actuar sería un principio en la vida de Fidel, mismo que siguió, en la madrugada del 1ro de diciembre de 1956, cuando ordenó detener la marcha del yate Granma y realizar la búsqueda de Roberto Roque, caído al mar producto del oleaje , mientras se movía por el barco tratando de divisar los destellos del faro de Cabo Cruz; por la insistencia de Fidel esta operación continuó, cuando muchos ya lo creían ahogado, y solo concluyó con el rescate del combatiente.

Volviendo al 26 de julio de 1953, hay que señalar que solo 5 combatientes perdieron la vida en los asaltos al Moncada y al cuartel de Bayamo, pero la tiranía de Batista se encargó de asesinar a otros 56 compañeros, más dos civiles que nada tenían que ver con los hechos.

Incrustada en la memoria del pueblo permanece la imagen de José Luis Tassende, vivo, con la mirada serena de unos ojos que atravesaron el lente de la cámara no para atisbar la muerte, mejor dicho, el vil asesinato que sobrevendría, sino para acariciar el futuro de Temita y de todos los niños cubanos, quizá, pensando en su íntimo testamento de combatiente donde escribió: «Es poco el sacrificio que hagamos para el bien que conquistaremos».

Raúl, entonces soldado, formaba parte del grupo que tomó el Palacio de Justicia, siendo al salir de este edificio que un sargento con varios hombres los conmina a rendirse, procediendo el jefe del grupo a entregar las armas, lo que imitaron los demás combatientes, incluido Raúl, quien se percata que, aún empuñando la pistola, el sargento captor estaba temblando, por lo se abalanzó sobre este y lo desarmó, salvando así la vida de sus compañeros y la propia.

El propio Fidel relató que el teniente del Ejército Pedro Sarría, en voz muy baja, les repetía a sus soldados: «No tiren, no tiren. Las ideas no se matan, las ideas no se matan…» y que dicho militar, en el lapso de pocas horas, le había salvado la vida tres veces; dos ante la furia de los soldados cuando los capturan y después cuando estos mismos se envalentonan de nuevo al descubrir las armas escondidas; la tercera, cuando se le enfrenta al comandante Pérez Chaumont y le dice: «El prisionero es mío…» y toma la decisión de llevarlo para el Vivac.

La epopeya del Moncada, su trascendencia como sello de continuidad de las luchas por la independencia de Cuba, es imposible narrarla con unos cientos de palabras, cuando cientos de miles no alcanzarían siquiera para describir, en síntesis, la grandeza de los jóvenes que lo asaltaron y el dolor de los sobrevivientes, de los familiares de los caídos, de los hombres y mujeres del siempre rebelde Santiago de Cuba y de todo el país ante las cobardes torturas y asesinato de los heridos y prisioneros.

Estas son mis líneas obligadas para no olvidar, para continuar viviendo convencido, aún enfrentando las dificultades que entrañan vivir en una plaza sitiada, léase bloqueo, que la libertad que hoy disfrutamos es el fruto regado con la sangre de decenas de miles de cubanos.

Guardemos en nuestros corazones y sembremos en los corazones de nuestros hijos y nietos este legado, luchemos por preservar la unidad de los cubanos que fue, es y será siempre la piedra angular de nuestra existencia como nación.

¡Gloria a los mártires del Moncada!

* Editor de La Mala Palabra.

 

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