Por Félix Edmundo Díaz* @feddefe1917
La libertad de expresión es un derecho y una responsabilidad y, aunque algunos se nieguen a «cargar» con la última, suscribo la sentencia de que cada cual puede decir lo que quiera y tiene (subrayado) la obligación de responder por sus palabras, idea esta cuya génesis ha de ser el refrán: uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice.
El asunto es que el aparato mediático del imperio y sus replicadores, en un oficio que tiene siglos de engranajes bien lubricados, son alérgicos a la verdad, y, como esta es la batalla que se nos presenta, estamos obligados a echar la pelea en ese mismo espacio y con sus propias armas, que no sus tácticas.
La aparición de la objetividad y lo justo desde ese bando es baldía esperanza solo comparable a la ridícula espera a que el olmo de peras, de ahí que ellos tengan la libertad de expresión para mentir y ofender y nosotros la de hacer uso del legítimo derecho a la defensa que, no pocas veces, es coartado por la presencia de un «tercero interesado», que obrando como facilitador-observador siempre será padrino del otro bando y juez de nuestros actos con lo que hace añicos la cacareada imparcialidad.
Por ejemplo, si un malnacido publica la aparición de un desalmado que pregona: Cuba es una prostituta, no importa cuanto lo denuncies, el post permanecerá intacto; sin embargo, cuando un cubano, como le sucedió al amigo Javier López Fernández, le responde al fascineroso u otro similar: los yankees son unos hipócritas, entonces, el facilitador-observador-padrino-juez te castiga a «72 horas sin publicar», con la sanción accesoria de la «advertencia-amenaza»: la próxima será peor.
El profesor Luis Toledo Sande, quizá, sin la intención directa de reguardarnos de esos castigos, pero siempre muy oportuno, reflexionaba hace unos días en la necesidad del uso correcto del idioma y las buenas formas, y en la necedad del improperio o insulto que solo nos «acerca» a la minúscula estatura moral del adversario.
Es común que la expresión oral difiera un tanto de la escrita ante la ausencia de gestos que, al día de hoy, pueden suplirse con emojis, jamás tan expresivos como como «una mano cerrada con el dedo del medio erecto hacia el cielo» en tamaño real, también es cierto, como decía la inmensa Celima Bernal, que no existen las «malas palabras», siempre que el contexto las justifique.
Por ello, este es un llamado a todos los cubanos que sienten por su país, la batalla está planteada, conocer el terreno y al enemigo es una prioridad; la verdad hemos de convertirla en nuestra lanza y escudo, porque mientras más visibles seamos, en esa misma proporción nos haremos objetivos de sus mentiras y ataques… y de las sanciones del «tercero interesado».
PS. Cualquier coincidencia con la realidad es intencional.
*Editor de La Mala Palabra