Pino… el vecino #SomosCuba

Por Félix Edmundo Díaz* @feddefe1917

Ayer el amigo Javier López Fernández estaba de cumple y mi esposa y yo pasamos por su casa, con «traje», para felicitarle y compartir de su alegría y la de los presentes, otras dos parejas, aparte de los anfitriones y sus hijos pequeños.

Entre tragos de Havana Club a la roca, tostadas con pasta y chatinos (plátanos fritos a puñetazos, nombre que asombraría a cualquier otro hispanoparlante… fuera de Cuba), fluyeron la conversación y risas de los presentes.

Cubanos al fin, hablamos de todo, la pandemia, la economía, la gente de dentro y fuera, la familia y así la interminable lista de tópicos abordados, casi siempre observando las reglas de no hablar todos a la vez.

Cada uno tenía una historia interesante que contar, pero el show se lo robó Pino, el vecino.

A Pino, sin saber su nombre o apellidos hasta ese momento, lo había visto antes, unas tres o cuatro veces, en las que, incluso, intercambiamos algunas palabras de saludos o reclamos jocosos (de su parte) cada vez que me estacionaba cerca de la entrada de su casa y le obstruía el área que él usaba para guardar la moto eléctrica que conduce.

No puedo asegurar a qué hora llegó, solo sé que, después de serle servido su trago, también a la roca, se robó la atención de todos.

Pino es un hombre carismático y excelente comunicador, casi no respira porque sus frases, largas o cortas, salen disparadas de su boca como ráfagas de fusil automático… hoy me volvieron a parar y pedirme los documentos, por suerte siempre los tengo conmigo, junto con el almuerzo y el nasobuco; ¿deambulante?, no, voy para mi trabajo, y, ante la mirada incrédula del agente, la rápida y cubanísima contesta: este negro trabaja todos los días, excepto el lunes que descanso… y, después, bueno continúe… esta es la dinámica que se le ha repetido varias veces en los últimos días; en unas, le anteceden el saludo y el «disculpe la molestia», otras solo «sus documentos»… a secas.

Alguien pensaría que Pino se molesta y empieza a despotricar, pero él no se ve así, simplemente dice lo que piensa y hace lo que dice.

De cuna humilde y revolucionaria, siempre fue «muy aplicado» gracias a que prestaba atención y a su buena memoria, y, aunque se describe erróneamente (a mi juicio) como no inteligente, sí lo es, quizá, algo heredado de la madre natura, quizá, resultado de crecer en un seno familiar plagado de maestros normalistas y el haber tenido un abuelo especial, linotipista, fundador del periódico Granma.

Esa fue la luz que atrapó, desde chico, su interés, escucharle hablar de países, personalidades, eventos, que iba almacenando en su mente para después buscarlos en los libros de Geografía e Historia con lo que, amén del profundo amor parental, su abuelo se convertía en otro maestro.

Ello le valió para estar siempre entre los primeros del escalafón y, aun cuando alguna posición le fuera escamoteada, fue feliz, aunque la disciplina no siempre estuviera a su lado y le acarreara traslados indeseados hacia otras escuelas; estos recuerdos los trasmite sin la menor sombra de resentimientos.

Su familia está presente en cada línea, sus gestos adornados de cadenas son virilmente suaves, no acusan agresividad o enojo, tampoco sumisión o rencor; Pino abraza sus creencias todas con la misma fuerza porque (esto no lo dijo, lo hicieron por él), los cultos sincréticos, la masonería y sentirse comunista no albergan sentimientos encontrados.

Pino es tan negro y blanco, tan mulato y colora’o como tú y yo, pero por sobre todas las cosas Pino es tan especial como cualquiera de los millones de cubanos fieles y agradecidos.

*Editor de La Mala Palabra

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