Por: Javier López Fernández* (opinión)
Los sueños de justicia y paz para Cuba llegaron juntos el 1ro. de enero de 1959. Un grupo de barbudos, liderados por Fidel, con el apoyo multitudinario del pueblo y de células del 26 de Julio y el Directorio Revolucionario que, diseminadas por el mundo, entregaron de sí no solo esfuerzo, inteligencia y dineros recolectados a través de bonos y donaciones, también derrocharon valor y arrojo.
Concertar los múltiples intereses que condujeron a la colaboración de todas las fuerzas, incluso hasta con la vida, no debió ser fácil para aquellos jóvenes formados al calor de la lucha, esencialmente bajo los principios martianos, incipientemente estudiados y desarrollados en la tercera década del silo XIX. No dejar morir al apóstol en el año de su centenario no solo fue un aforismo, más que nada se convirtió en axioma o asidero ideológico de aquella generación.
Por otra parte, lo que fue el plan Marshall para Europa resultó, de otro modo más directo y brutal, para los Estados Unidos el Marcartismo. El imperio desató “la cacería de brujas” más grande reconocida por la historia. Personas que tuvieran un pensamiento progresista fueron anulados o aniquilados (por ahí anda la lista aún sangrante). Era la lucha, después de la Segunda Guerra Mundial, por aplacar el comunismo triunfante o por lo menos disipar los vapores que se levantaban aquí y allá.
Nunca antes la humanidad fue sometida a presiones similares y por todos los medios. Las finanzas y la economía fueron torniquetes a través de “Fondos y Planes”, por igual los medios de comunicación, el cine, el chantaje político, los mecanismos de la mafia real y verdadera, junto a un poderío militar renovado, jugaron su rol en la conciencia. Europa caía de rodillas ante los Estados Unidos, la nebulosa de Normandía cegaba a personas e instituciones. Para ese entonces, transcurrían los cinco años negros de la post guerra. Las naciones repartidas, resentidas y subyugadas se encontraban adormecidas. En cambio Cuba y su revolución eran adolescentes madurando en una especie de tornillo de banco bien ajustado.
Nadie en su sano juicio puede negar la hombrada del Comandante al tener que lidiar con los intereses de tantas fuerzas pujantes y amenazas declaradas y ocultas. Nadie de nosotros hoy —estudiados e instruidos— lo hubiera hecho mejor. Sus discursos, eso sí, son el reflejo de la genialidad para aglutinar alrededor de en un proceso que no radicalizó hasta bien entrado los 70’. Unir tantas partes requirió elocuencia y suspicacia manifiestas en los parlamentos iniciales y sucesivos.
A veces intentamos “develar” —a partir de la revisión crítica— si hubo cambios en las líneas de pensamiento y acción de la Revolución desde los inicios hasta el presente. Desde mi modesto entender, hubo un profundo pensamiento táctico y estratégico, cuyo propósito principal estuvo dirigido a salvar la Revolución concebida “con todos y para el bien de todos”, renovando lo necesario en su carácter dialéctico, de acuerdo a circunstancias tensionantes y concretas. Desde esta perspectiva nos acercaríamos más “sanos” al “tándem” de ideas expuestas durante los días gloriosos y no habrá mucho que criticar y sí que respetar.
Ténganse en cuenta, queridos analistas, académicos, politólogos y críticos, que fueron los tiempos de mayores sacrificios para que hoy gocemos de libertades, hasta para cuestionar. No podemos (exonero el debemos) desconocer un proceso de carácter histórico cultural tan profundo.
#jlopezfdez
*Colaborador de La Mala Palabra